sábado, 26 de marzo de 2011

Silencio indefinido

Hace diez años escribió el primer poema.
Su nombre era “Silencio”. Nunca olvidó esa extraña sensación entre el anhelo, el delirio y el ahogo al escribirlo. Tan sólo ocho versos que jugaban con las eses de palabras como solo, silbar, soledad, suave y por supuesto silencio. Sencillo, muy simple y sucinto. Hace ahora diez años que escribió su primer poema, y en cierto modo, ya nunca dejó de hacerlo, aunque no fuera por escrito.

Unos cinco años después, la profesora (que no lo era) pidió a los estudiantes de su clase que escribieran qué significado tenía el silencio para ellos. Para entonces, él ya ni se acordaba del poema y aquellos versos escritos entre el anhelo, el delirio y el ahogo de soledades concedidas habían pasado a formar parte de unas pocas cuartillas encuadernadas, apiladas y olvidadas en el fondo de una estantería.

La profesora (que no lo era) les pidió que escribieran un significado de silencio.
Un estudiante le ofreció un folio en blanco.
–Ten. Esto es el silencio.
–Muy ingenioso. Ahora ponlo por escrito.

Todos los estudiantes que quisieron leyeron sus textos.
Él no quería hacerlo, pero la profesora (que no lo era) y algunos compañeros (que todavía siguen siéndolo, pero de otra manera) insistieron.

Ahora, tras cinco años, es un vago recuerdo que ha regresado hasta sus manos en forma de diario después de haber sido encuadernado, apilado y olvidado en el fondo de una estantería en el despacho de una profesora que realmente no lo era.


-- Indefinición de silencio --

El silencio es ese ángel que pasa cuando en una conversación nadie sabe qué decir. Pero no es callarse, ni que se te coma la lengua el gato. Y es que a veces, hay silencios que dicen demasiado.

El silencio implica lentitud de movimiento hasta la máxima quietud igual que en una sinfonía la cadencia va marcando el final de las voces que poco a poco van enmudeciendo. El silencio es sosiego, calma, descanso.

No hay dos silencios iguales. El silencio en la cima de una montaña no es el mismo silencio que se puede escuchar en el claustro de un monasterio. Detrás del silencio, no sólo hay movimiento, también hay un lugar que lo define y concreta. Ya sean las hojas mecidas por el viento, el murmullo del agua en un jardín andalusí o el crepitar de la leña ardiendo. El silencio no siempre es el mismo. El silencio suena aunque cueste hacer oído. Y es que el silencio es raro, escasea y por lo tanto es caro. Tanto que a veces incluso hay que morirse para conseguir un minuto de silencio.

Es un espacio en blanco, es vacío, es un hueco. Es ignorancia, es sumisión y respeto. Pedirlo es un favor y si lo que tienes que decir no es más bonito que el silencio, será mejor que te calles, como dice el proverbio. El silencio es hermoso, gusta pero suele resultar extraño, tanto que cuando se prolonga parece sospechoso. El silencio es breve.

El silencio es oscuro pero también es claro. El silencio de la noche da pie al miedo con algo de imaginación. El silencio de la mente es quedarse en blanco.

El silencio es tiempo. No sabemos cuánto porque a veces consiste en perder su noción. Tiempo más ganado que perdido, aunque el sistema y la dinámica en que vamos subidos quieran que pensemos lo contrario. 

El silencio es un gran enemigo cuando las voces que debimos escuchar fueron silenciadas. El silencio es lo obvio. Es lo que no se dice porque ya se sabe. El silencio está entre las líneas de las vidas de las gentes que dejaron una breve constancia escrita, empezada y acabada, de su existencia en legajos que pasaron desapercibidos, acallados o en silencio, por las páginas de la historia.

El silencio es escuchar.


Pero lo que ha regresado hasta sus manos no sólo es aquel recuerdo vago que ahora empieza a cobrar fuerza, sino también, la nota manuscrita en forma de reto de aquella profesora (que no lo era) que al terminar de leer el texto le dejó escrita.

“¿Qué vas a hacer con este extraordinario talento que posees para la escritura?”

La respuesta que nunca le dio aquel estudiante resultaba paradójica: silenciarlo o por lo menos mantenerlo en un silencio preferentemente indefinido.

Al estudiante que hace diez años escribió aquel poema cuyo nombre era “Silencio” y que cinco años después indefinió el silencio, ahora le llaman profesor (pero no lo es); y mientras sobrevive rodeado de constante ruido haciendo oído para escuchar algún tipo de los muchos silencios que anhela, él delira y se ahoga esperando un momento de silencio, soledad y viento con lecturas desconocidas y caminatas libertadoras que algún día le ayuden a ganar un reto propuesto en una nota manuscrita al final de un texto.