martes, 18 de mayo de 2010

La mercería de los sueños. # 5

No esperó a apearse del tranvía para llevarse el cigarrillo hasta los labios. Acto seguido, ya sobre la acera y mientras se cubría con el cuello de la gabardina, se encendió el vicio que le había devuelto a la rutina. Estaba tan nervioso como el primer día, y tal vez lo fuera.
Con poco ritmo y algo de pesadumbre subió uno a uno los escalones que conducían a la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras; como si todavía, convalenciente y con bastante poco empeño, hubiera acumulado entre pecho y espalda la edad suficiente para apoyarse en la rodilla a cada peldaño que subía.

De vuelta a casa, –prefirió dar un paseo para despejar dudas y desentumecer las piernas– mientras callejeaba por rincones que hacía tiempo no pisaba, recordó aquellos bares que fueron sus favoritos en los que ponían las mejores tapas, el zapatero que mejor clavaba los tacones, la librería en la que siempre encontraba las primeras ediciones y la bodega en la que rellenaba cada semana el vino que ella y él se tomarían antes de irse a la cama, con el que brindaban las noches hogareñas al amor de las sábanas o de la vieja manta perfumanda con lavanda que les cobijaba sobre el refugio calido del sofá. De camino a casa recordó muchos momentos y decidió que no tenía por qué olvidar ni por qué retomar su vida. Una vez más había sucumbido a la desolación. Un nuevo fracaso, como con el tabaco, a la hora de dejarlo.
Se sentó en un banco de una acera poco transitada a despejar las dudas que le acompañaban auspiciado por el escueto fulgor de una farola isabelina.

No se dio cuenta hasta poco después de haber arrojado el segundo cigarrillo al pequeño charco de agua que la lluvia de por la mañana había dejado en el alcorque del tilo que lo flanqueaba. Un pequeño escaparate que no recordaba haber visto antes y sobre él, un envejecido rótulo, como lo ojos que lo descubrían, anunciaba:

“Mercería Moira”

viernes, 14 de mayo de 2010

Y ahí nomás no la mate

Hay pocas cosas que me apetezca ver en la tele de forma habitual.
Los jueves por la noche emiten en tve1 un programa que recoge la historia de la televisión, la historia de los últimos 50 años de España en imágenes y canciones. Se trata de montajes al estilo de aquella película llamada Canciones para después de una guerra, en la que el director Basilio Martín  Patino, realizaba un montaje  muy didáctico explicando cómo queda un país tras una Guerra Civil. El de ayer era una reposición. Lo estrenaron en noviembre del 2009 y está dirigido por Isabel Coixet. Refleja cómo la publicidad, tanto del régimen como la reciente, ha sido el principal enemigo de la mujer durante décadas.
Si no lo habéis visto, deberíais pinchar aquí. Muy recomendable.
Atención a las canciones:
- Los días de la semana. (1973. Gaby, Fofó, Miliki y Fofito)
- Niña, no te modernices. (El payo Juan Manuel)
- Tomo y Obligo. (1931. Voz: Carlos Gardel. Letra: Manuel Romero)

jueves, 13 de mayo de 2010

El vaivén de mis sospechas. Cuarta parte

Dejó un beso en los dedos para desmigajarlo en el aire mientras se despedía en la distancia.
Él no quería que se fuera y ella no sabía si quería irse.

Te sientan muy bien los treinta y cinco. No los aparentas.

Sabes, cada vez me resultan menos atractivos los hombres de mi edad y me intereso mucho más por los que tienen de veinticinco a treinta.
Es curioso, a mí me sucede exactamente lo contrario, pero con las chicas.
Me sonríes y consigo hacerte callar por un momento.

Tu primera boda. Tu primer divorcio.
Esa terraza en el piso de San Pablo te ha devuelto a la vida.
Todo aquello que tenías planeado. Todo aquello en lo que podías equivocarte.
Ahora vives como quieres. Hablar con tipos como yo te divierte.
Mejor si sigues como estás, así de sola, demasiado bien contigo misma.
Quizás te estás volviendo acorde con el vacío y cuando ves algo que te gusta lo relegas al inhóspito lugar que nunca mereciera. Pero eso sólo lo piensas porque nunca pudiste hacerte a la idea de que alguien como yo pudiera aparecer en tu vida.

Deshiciste un beso en los dedos para despedirte desde lejos.