viernes, 17 de diciembre de 2010

Curiosas conexiones. El origen de las cosas

La 13-14. Una llave y un versículo

Supongo que seguirá sin importarle a nadie pero he vuelto a caer en la cuenta de una de esas estupideces que a mí, al menos, no dejan de resultarme curiosas y excepcionales. Son esas ideas tontas que hacen cambiar por completo la visión del mundo que nos rodea, o por lo menos, del pequeño mundo que me rodea. Porque siempre fueron las ideas más simples las que revolucionaron el mundo y las que hacen verlo con otros ojos. De eso se trata. De mirar de otro modo. Porque precisamente es eso lo que hace avanzar a las sociedades. Mirar el mundo que les rodea de una forma diferente a como lo ven constantemente.
Es así que aquí me hallo, de nuevo, en el por qué de las cosas, en mi particular teoría del origen de las cosas; origen que, seguramente, los lectores más asiduos que de vez en cuando se van pasando por aquí para ver si el Zarandeo ha puesto algo, sabrán apreciar debidamente. Porque todo viene de algo. Incluso todas esas expresiones cotidianas que decimos de vez en cuando sin preguntarnos qué es lo que quieren decir en realidad o quién o quiénes fueron los primeros en usarlas. Particularmente, conozco el significado de muchas de esas expresiones o frases hechas. Dichos, que curiosamente, tienen muchas veces su origen en la Edad Media, –¿dónde si no iba a ser?– como por ejemplo meterse en camisa de once varas, ir de picos pardos o seguir en sus trece. Y precisamente con el número 13 y con su consecutivo el 14, tiene que ver la historia de hoy. Así que allí que voy. A ver qué es lo que os parece.
Una de esas expresiones que más me desconcertaba –hasta que uno de los tantos primos que tengo me sacó de dudas una noche de verbena cuando me advertía de que se iría a casa pronto y sin decir nada– era la de hacer la trece catorce. Trece, catorce. 13, 14. Increíble. ¿Qué narices significaba? Mi primo, mecánico de profesión, me lo explicó y si lo buscáis por internet, –a mí, no me hizo falta, pues prefiero haberlo descubierto de este modo y no de otro–, todo el mundo coincide, y está generalizada la idea, de que esta curiosa expresión –hacer la trece catorce– procede de una broma que realizaban los mecánicos con experiencia a los jóvenes que entraban a trabajar en los talleres. Los primeros, solían pedir a los segundos, que les alcanzaran una llave de tuercas denominada 13-14. Resulta que la característica de este juego de llaves es que en cada uno de los extremos presenta un calibre diferente para un calibre diferente de tuerca. De este modo, encontramos llaves por pares de calibres consecutivos, como por ejemplo, la llave 8-9, la 10-11, la 12-13, la 14-15, la 16-17 y así sucesivamente. Y he aquí la jugada. La llave 13-14 no existe por lo que el joven aprendiz de mecánico podía buscar y buscar la llave hasta caer en la cuenta de que había sido engañado, burlado, de que se la habían jugado sin que él se enterara.
Pues bien. Ese es el origen de la expresión. O mejor dicho, ese era el origen de la expresión hasta ayer mismo, al menos para mí. Desde luego que los demás pueden seguir pensando lo que quieran. Pero antes, escuchad lo que tengo que contaros. La expresión, seguro, que es mucho más antigua.
Por diversas cuestiones que no vienen al caso, ayer me encontraba revisando la Biblia. Quería recordar qué es lo que decían los Evangelios (cuatro de los textos que componen la colección de libros canónicos de la tradición judía y cristiana) acerca del la natividad de Jesús. Poco es lo que cuentan, la verdad. Prácticamente todo lo que la Biblia dice sobre la vida de este hombre se ubica durante su etapa adulta. Del nacimiento, únicamente dos de los evangelistas reconocidos por la Iglesia tienen algunos pasajes. Son los evangelios de Mateo y de Lucas (para los que no tengan ni idea de Historia Sagrada diré que los otros dos son Marcos y Juan). Uno de estos pasajes, en el capítulo 2 del Evangelio según san Mateo, es el de la Huída a Egipto. Os resumiré en qué consiste más o menos.
Unos sabios procedentes del Este –lo que vienen a ser S.S. M.M. los Reyes Magos de Oriente, por cierto que la Biblia no dice ni que fueran tres, ni que fueran reyes, ni que se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar, y ni mucho menos que este último fuera negro– siguiendo una serie de señales en el cielo –lo que viene a ser la estrella– observaron que iba a nacer –porque eran sabios y lo sabrían, supongo que era por eso– el Rey de los Judíos. A su llegada a Jerusalem se entrevistaron con Herodes el Grande, un rey títere de Roma que hacía como que gobernaba en Judea, para preguntarle por el Rey de los Judíos que acababa de nacer. Como comprenderéis, al escucharles, Herodes el Grande, considerado el único rey de Judea, como no podía consentir que un nuevo rey le arrebatara el trono, pidió a estos sabios que fueran en busca del recién nacido para que cuando lo hubieran encontrado se lo comunicaran sin demora para poder ir él también a adorarlo. Mentía. Por supuesto que lo que quería era matarlo. Los sabios de Oriente, una vez que ofrecen sus regalos al niño Jesús –del oro, el incienso y la mirra sí que habla la Biblia– fueron avisados en sueños de las intenciones de Herodes y se marcharon por otra parte sin pasar por su palacio. También en sueños, el ángel del Señor, se le apareció a José –y aquí va llegando el meollo de la cuestión– para decirle lo siguiente:
“Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Huida a Egipto. Fra Angelico (c. 1450). Temple sobre tabla.
Museo de san Marcos. Florencia.

Después, ya vendría la matanza de los inocentes que, por otro parte, se convertiría en la más grande de todas las bromas y que celebramos todos los ventiocho de diciembre. Herodes, cabreado por el engaño de los sabios de Oriente, decice matar a todos los niños menores de dos años de Belén y alrededores, a ver si acertaba y mataba también a ese niño que decían sería el rey de los Judíos. Pero lo que más me interesa es la 13, 14 que le hicieron María y José a Herodes cogiendo al niño, escapando de la matanza. ¿A ver si podéis imaginar cuáles son los versículos que representan la jugada? Qué acertada coincidencia ¿no? Mt. 2; 13-14. Efectivamente, mi primo aquella noche de verbena, se marchó sin avisar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La ciudad de los bares. 2nd

Henry llegó a esta ciudad, convencido de que pasaría un año maravilloso. Así que tal fue su nivel de sugestión que decidió prolongar su estancia durante una temporada más. Él siempre finalizaba los correos electrónicos que me solía enviar casi todas las semanas con un contundente “debes venir a verme”. Para Henry la posibilidad de hacer las cosas no existía. Todo cuanto estaba en su mano y en la de los demás lo convertía en la obligatoriedad incuestionable de un deber a cumplir. “Un hombre debe hacer lo que debe de hacer”. Otra de sus coletillas favoritas que acompañaba casi siempre detrás de un trago y un vaso en la mano, apoyado encima de una barra señalando con el dedo índice como  si hubiera llegado al meollo de la cuestión. El deber de hacerlo todo como un deber, como una obligación, había llevado a Henry a un estado de embriaguez casi permanente en el que la responsabilidad había pasado a ser una paradoja de sus propias convicciones. Sin embargo, era divertido verle disfrutar como nunca antes lo había visto, agarrando el micrófono y torciendo el cuerpo estremecido como si cada una de las palabras que salían de su boca o cada una de las notas que salían del equipo de sonido las hubiera escrito él mismo. Maldito hijo de puta. Estaba irreconocible.

domingo, 24 de octubre de 2010

La mercería de los sueños. # 6

El sonido que hicieron las campanillas al abrir la puerta del establecimiento ni siquiera inmutaron al gato que reposaba sobre una silla de anea. Era una mercería antigua. Muy pequeña y discreta. Tal vez esa fuera la razón por la que había pasado inadvertida a su atención después de tanto tiempo viviendo en el Centro. Solamente dos cortos pasos separaban el mostrador de la entrada. A ambos lados, estanterías y armarios con múltiples cajones de todos los tamaños rellenaban el reducido espacio de la tienda. Frente a él, un enorme espejo tras los cristales de una vitrina le mostraba lo rídiculo que se veía entre lencería, retales, hilos, cremalleras, cintas, broches, abalorios y botones. Si algo se puede decir de una mercería es que es tan femenina como el ciclo de la luna y su efecto en la marea. Hasta el gato se percató de lo inapropiado de su presencia y dejando un maullido a medias desapareció de un salto, sin miedo e indiferente, por los bajos de las cortinas estampadas que ocultaban la trastienda.
Acto seguido una mujer de pelo rubio salió de la rebotica  con una cinta métrica colgando del cuello y tras correr con cuidado las anillas de las que pendía el telón, se preocupó de que este no quedara entreabierto, como si quisiera ocultar las vergüenzas del desordenado almacen que se escondía tras las cortinas. Se dio medio vuelta y colocándose frente al mostrador se dirigió a su nuevo cliente para atenderle con una sonrisa alegre.
Buenas tardes ¿en qué puedo ayudarle?
El señor, todavía extrañado y con la duda de no saber exactamente qué es lo que buscaba, titubeó unos segundos incapaz de articular palabra mientras procuraba apartar su mirada de la angelical luz que habitaba en la dependienta.
 ¿Se encuentra usted bien, caballero? Se dirigió de nuevo al señor encogiendo el cuello y elevando los ojos para intentar alcanzar a ver con claridad la cara del cabizbajo cliente.
Las palabras de la mujer le hicieron reaccionar y reconocerse como lo que no era: un hombre carente de cordura que se deja llevar por los impulsos e inquietudes lejos del raciocinio que el control de sus pasiones le proporciona. Entrar en lugares de los que desconocía su existencia sin motivo aparente no entraba dentro de sus prácticas habituales, y ni mucho menos parecer un perturbado que amedrenta a señoras y dependendientas desvalidas a la hora de cierre.
Perdone. Respondió el señor recuperando la compostura. No sabía que aquí hubiera una mercería. ¿Lleva usted mucho en el barrio?
Pues a decir verdad empiezo a pensar que ya llevamos demasiado tiempo por aquí.
¿Llevamos?
Mis hermanas y yo. Abrimos esta pequeña mercería cuando llegamos a la ciudad hace ahora muchos años.
Es extraño. Vivo a sólo dos calles de aquí y nunca me había fijado en su establecimiento.
Bueno… Será porque es usted todo un señor y nunca ha tenido la necesidad de zurcirse calcetines o comprarse unos pantys.
Aquella mujer de iluminada mirada había conseguido arrancar de su herido rostro lo que hacía semanas que nadie conseguía: una sonrisa sin tapujos. Tras unos segundos recordando la fresca esencia del sentido del humor que ya casi yacía en su olvido, el señor recapacitó mientras contenía la risa y arcaizaba de nuevo el rictus. En seguida cayó en la cuenta del motivo por el que había entrado en la mercería haciendo sonar las campanillas de la puerta que ni siquiera inmutaron al gato indiferente que reposaba sobre una silla de anea. Al fin y al cabo no había dejado de buscar una razón para todo lo que hacía y puesto que ya era mayor para reconocer ciertas facetas de su personalidad, no quiso adivinar que lo que realmente estaba haciendo era justificar los cautos impulsos que un liberador cambio de aires le exigía.
En realidad… venía buscando una cosa. Hizo una breve pausa para asumir con resignación la situación a la que se enfrentaba. Verá. Resulta que he perdido uno de los botones de una chaqueta muy especial para mí y quisiera recuperarlo. He buscado por todas partes sin encontrar nada y al ver abierta esta mercería he pensado que a lo mejor…
A ver dígame… ¿Y cómo era ese botón?
Negro… De nacar… Nunca en su vida imaginó que algún día tuviera que describir un botón.
La mujer sin dejar de sonreir y reconociendo en la actitud del caballero la inocencia del que a pesar de la edad llega de nuevas a algunos lances de la vida, alargó los brazos y acercó hacia el centro del mostrador una pecera redonda, más decorativa que otra cosa, llena de botones; de todos los tamaños y todos colores.
Pues bien, si no me da más señas puede ir buscando por aquí a ver si ve alguno que se le parezca. Mientras yo voy a ir recogiendo algunas cajas que tengo dentro. En seguida salgo
 Las campanillas de la puerta sonaron en cuanto ella entró a la rebotica. Cuando la mujer asomó la cabeza por la cortina aquel extraño caballero ya no estaba. Solamente un puñado de botonos esparcidos por el mostrador.

sábado, 9 de octubre de 2010

La ciudad de los bares. 1st

Lo bueno de aquel bar era el escenario y el micrófono.
La entrada también tenía su encanto. Eso de estar en un sótano y las escaleras que había que bajar hasta la puerta le daban un carácter especial que difícilmente podía encontrarse en otros locales de la ciudad de los bares.
A medida que los vasos de tequila y las cervezas iban cayendo, algunas de las personas que las noches de los viernes se dejaban caer por aquel antro de mala muerte y de amigable ambiente se arrancaban a destrozar los grandes éxitos de la música nacional e internacional. La letra no podía leerse en ninguna pantalla. O conocías la canción o se terminaba el espectáculo. Eso era lo bueno. Una única persona en el escenario cantando para un puñado de desconocidos los temas que significaron algo en su vida. Por extraña o recóndita que fuera la canción, siempre estaba o siempre había alguna que inspirara a entonar octavas imposibles para cuerdas vocales defectuosas.
Cuando entré en el bar, Henry estaba cantando una canción de los Blur completamente borracho.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Para esta cáscara de nuez

Demasiado charco, ya lo dije. Un beso de consolación en la cara. Bastante humillante, por cierto. “Gracias por participar. Más suerte la próxima vez", vino a decirme más o menos. Siempre son ellas las que eligen, ¿verdad? Por lo menos esto ya se va pareciendo algo más a noviembre. Pues sí, ya he vuelto. Ya era hora.

Esta vez no ha habido tiempo de leer Mientras cenan con nosotros los amigos de Avelino.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La inapelable levedad de la constancia // IIª parte

Agosto se desprende de esa extraña capa de noviembre con la que estaba revestido y agoniza entre asfixiantes aires de bochorno y tormentas rezagadas. Atrás queda ya ese extraño agosto, más que nada. No se ha parecido, ni por asomo, al estado de ánimo que solía ser noviembre. Tal vez me quede ya sin meses para sentir y desquitarme con el vicio de las letras. Así, aprovecho y me confieso, sin aspavientos, ni reparos, ni escrúpulos, ni consejos como uno más de esos reflejos de la inconstancia que atesoro para contradecirme a la carita que voy llegando a algo que nunca es nada.
Llegó  septiembre. Y he vuelto.
Cómo no iba a hacerlo.

martes, 18 de mayo de 2010

La mercería de los sueños. # 5

No esperó a apearse del tranvía para llevarse el cigarrillo hasta los labios. Acto seguido, ya sobre la acera y mientras se cubría con el cuello de la gabardina, se encendió el vicio que le había devuelto a la rutina. Estaba tan nervioso como el primer día, y tal vez lo fuera.
Con poco ritmo y algo de pesadumbre subió uno a uno los escalones que conducían a la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras; como si todavía, convalenciente y con bastante poco empeño, hubiera acumulado entre pecho y espalda la edad suficiente para apoyarse en la rodilla a cada peldaño que subía.

De vuelta a casa, –prefirió dar un paseo para despejar dudas y desentumecer las piernas– mientras callejeaba por rincones que hacía tiempo no pisaba, recordó aquellos bares que fueron sus favoritos en los que ponían las mejores tapas, el zapatero que mejor clavaba los tacones, la librería en la que siempre encontraba las primeras ediciones y la bodega en la que rellenaba cada semana el vino que ella y él se tomarían antes de irse a la cama, con el que brindaban las noches hogareñas al amor de las sábanas o de la vieja manta perfumanda con lavanda que les cobijaba sobre el refugio calido del sofá. De camino a casa recordó muchos momentos y decidió que no tenía por qué olvidar ni por qué retomar su vida. Una vez más había sucumbido a la desolación. Un nuevo fracaso, como con el tabaco, a la hora de dejarlo.
Se sentó en un banco de una acera poco transitada a despejar las dudas que le acompañaban auspiciado por el escueto fulgor de una farola isabelina.

No se dio cuenta hasta poco después de haber arrojado el segundo cigarrillo al pequeño charco de agua que la lluvia de por la mañana había dejado en el alcorque del tilo que lo flanqueaba. Un pequeño escaparate que no recordaba haber visto antes y sobre él, un envejecido rótulo, como lo ojos que lo descubrían, anunciaba:

“Mercería Moira”

viernes, 14 de mayo de 2010

Y ahí nomás no la mate

Hay pocas cosas que me apetezca ver en la tele de forma habitual.
Los jueves por la noche emiten en tve1 un programa que recoge la historia de la televisión, la historia de los últimos 50 años de España en imágenes y canciones. Se trata de montajes al estilo de aquella película llamada Canciones para después de una guerra, en la que el director Basilio Martín  Patino, realizaba un montaje  muy didáctico explicando cómo queda un país tras una Guerra Civil. El de ayer era una reposición. Lo estrenaron en noviembre del 2009 y está dirigido por Isabel Coixet. Refleja cómo la publicidad, tanto del régimen como la reciente, ha sido el principal enemigo de la mujer durante décadas.
Si no lo habéis visto, deberíais pinchar aquí. Muy recomendable.
Atención a las canciones:
- Los días de la semana. (1973. Gaby, Fofó, Miliki y Fofito)
- Niña, no te modernices. (El payo Juan Manuel)
- Tomo y Obligo. (1931. Voz: Carlos Gardel. Letra: Manuel Romero)

jueves, 13 de mayo de 2010

El vaivén de mis sospechas. Cuarta parte

Dejó un beso en los dedos para desmigajarlo en el aire mientras se despedía en la distancia.
Él no quería que se fuera y ella no sabía si quería irse.

Te sientan muy bien los treinta y cinco. No los aparentas.

Sabes, cada vez me resultan menos atractivos los hombres de mi edad y me intereso mucho más por los que tienen de veinticinco a treinta.
Es curioso, a mí me sucede exactamente lo contrario, pero con las chicas.
Me sonríes y consigo hacerte callar por un momento.

Tu primera boda. Tu primer divorcio.
Esa terraza en el piso de San Pablo te ha devuelto a la vida.
Todo aquello que tenías planeado. Todo aquello en lo que podías equivocarte.
Ahora vives como quieres. Hablar con tipos como yo te divierte.
Mejor si sigues como estás, así de sola, demasiado bien contigo misma.
Quizás te estás volviendo acorde con el vacío y cuando ves algo que te gusta lo relegas al inhóspito lugar que nunca mereciera. Pero eso sólo lo piensas porque nunca pudiste hacerte a la idea de que alguien como yo pudiera aparecer en tu vida.

Deshiciste un beso en los dedos para despedirte desde lejos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Aquí la primavera tardará en llegar

Bien lo sabe el almendro de la calle y las pocas flores blancas que todavía permanecen en sus ramas.
Las que no derribó la lluvia, las helarán las noches de la Sierra.
Difícilmente comeremos almendrucos de ese viejo árbol que nunca llega a nada, pero, ahí sigue, inquebrantable por el tiempo permanece asomando por encima de la tapia.
Dicen que no hace mucho, el almendro dio sus frutos.

miércoles, 14 de abril de 2010

La mercería de los sueños. # 4

El invierno había llegado demasiado pronto, a la Ciudad y al corazón; como pronto había llegado la hora de retomar la vida tal y como era antes, pero con la salvedad de que ahora estaba solo y antes no. Nunca se acostumbró ni fue asiduo a las visitas por el campo santo, pero bien es cierto que cada 15 de febrero no faltaría un manojo de rosas rojas con espinas y mucho dolor junto a un epitafio que rezaba “Amante, Mujer y Amiga”.

Sin lugar a dudas hay dos tipos de personas. Los que hacen que sucedan las cosas y los que observan como suceden. Siempre había sido un observador, un mero testigo de lo que sucedía a su alrededor y el destino, una accidental casualidad en la que conoció al amor de su vida. Por supuesto que fue ella quien se atrevió a dar ese primer paso que tanto cuesta a quienes parcos en palabras se limitan a ser espectadores del sin vivir que pasa delante de sus ojos. Él comenzó a vivir justo en el mismo momento en que ella se acercó al oído para decirle lo mucho que le latía el corazón y le temblaban las rodillas cuando sonrojada, pero decidida, se sentaba junto a él en la biblioteca para hacer como que estudiaba, cuando realmente lo que hacía era suspirar por una mirada del que de momento vivía ajeno a ella. El medio beso que se escapó a las comisuras de sus bocas cuando con dos besos les presentaron y se conocieron hizo presagiar el noviazgo, la pasión, el amor, la comprensión, el respeto, la sinceridad… Nunca dejó de ser ese observador que no supo ver como aquella muchacha que siempre se sentaba cerca, le miraba con vergüenza por el rabillo de aquellos ojos tan bonitos que vio cerrarse por última vez con lágrimas en los suyos propios.

martes, 2 de marzo de 2010

Retales de un engendro o 2º prolegómeno en paralelo

–¡Maldita sea, pasmarote! ¿Qué haces ahí  mirando las musarañas?
Cuando Oscar se empeñaba en perder el tiempo podía llegar a hacerlo bastante bien. Podía llegar a pasar horas y horas ensimismado mirando a ninguna parte con la cara oblicua ajeno a la nimiedad de todo aquello que lo rodeaba. Aun a riesgo de que el resto de los chicos que estaban en la calle se rieran de él y lo tacharan de rarito y loco, ni se preocupaba de las burlas y no cesaba en su pasatiempo. Eso sí, de vez en cuando, si veía la intención de algún gracioso que intentaba tirarle alguna piedra o alcanzarle con un palo, tornaba la mirada y la dirigía contra aquel que lo acechaba advirtiéndole, con cara de desequilibrado, que ni se le ocurriera hacer ninguna tontería. La verdad que para ser tan sólo un niño, acojonaba. ¡A saber en qué estaría pensando! A mí, lo que realmente me importaba, era que en ese rato en que buscaba alguna musaraña colgando en las cornisas de los tejados, ni me incordiaba ni me daba por saco.
–Vamos anda. Levántate de ahí y acompáñame. Quiero enseñarte algo.
La verdad es que no se por qué fui a buscarlo. Pero lo hice.
De camino tuve tiempo para arrepentirme.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Llueven cristales bajo los árboles de heladas ramas.
El calor del mediodía los desprende de su imperturbable forma componiendo melodías de leyenda y mito.
Lo efímero de sus vidas me recuerda que hace cuarenta días que sé existes y me deshielo de pensarlo.
El sol ha vuelto a ponerse en mi ventana. En el primero. La del medio.
Pronto volverán los chicos a la plaza.

martes, 2 de febrero de 2010

La mercería de los sueños. # 3


Parecía hacer más frío del que hacía y junto a los bancos de la calle peatonal en la que vivía, las palomas que le habían despertado se arremolinaban entorno al anciano que algunos días les traía migajas de pan duro. Correteaban los chavales haciendo ganas de comer mientras sus madres los miraban con las bolsas de la compra a cuestas y la conversación ligera con vecinas y porteras. Regresaba de un paseo más placentero que largo con el periódico del día bajo el brazo y una especie de medio sonrisa en la comisura de la boca como queriendo aprender que quien supera las desavenencias de la vida, no es ni más fuerte, ni más piedra, sino un poco más feliz.
Entró al bar que frecuentaba y con un vino sobre la barra hizo tiempo a que el menú estuviera listo en la cocina. Reactivar el apetito no era un mal comienzo aunque los guisos caseros entorno a un cuadrilla de obreros no iba a ser lo mismo que cuando regresaba a casa, y desde el rellano, barruntaba el buen olor que salía de los fogones, donde descansaron durante años las cerillas, desde que apagará aquella última colilla después de un “te lo prometo” en el alfeizar de la ventana, donde ahora se posaban las palomas antes de bajar a comer las migajas de pan seco que un anciano les tenía preparadas.

domingo, 24 de enero de 2010

Curiosas conexiones. El origen de las cosas

Ska, Scalextric y Escaquets

Lo más probable es que no le importe a nadie o que no diga nada nuevo o que no tenga razón pero...

…que la bandera escatalítica es exactamente igual a la que se ondea en las carreras de coches cuando el ganador atraviesa la línea de meta no debe ser una novedad para alguien que conozca un poco la cultura ska y vea un poco la tele; pero sí que es una de esas tonterías que me suelo plantear sin venir a cuento y acerca de las cuales me pregunto si la gente es consciente. Supongo que sí, que la gente se da cuenta. Sin embargo, hace unos días jugando a un famoso juego de coches de carreras que van por carriles en pistas ensambladas entre si dando vueltas en un circuito en miniatura, me percaté de un detalle que había pasado hasta el momento inadvertido. No solamente la bandera a cuadros blancos y negros insignia de la música ska es exactamente igual a la bandera de las carreras, sino que además, esa conocida marca de circuitos de juguete que todos tenéis en la cabeza se llama curiosamente Scalextric. Ska; cuadros blancos y negros. Sca-lextric; cuadros blancos y negros. Qué tontada ¿no? La misma raíz en distintos conceptos que en apariencia no tienen nada que ver. Pues resulta que según leo en wikipedia y según he visto realmente nadie se pone de acuerdo en el verdadero origen del término ska, pero no sé por qué me da que fue antes el símbolo que el nombre.
El tema hubiera quedado ahí, medio zanjado, de no haber ido esta semana a una conferencia sobre la vivienda y el interior doméstico de las casas medievales. (Cómo me gusta la Historia). Cuando el profesor empezó a hablar de los manteles que se utilizaban en las mesas de las casas nos mostró una imagen de un retablo gótico muy famoso en Aragón en el que se representa un banquete; concretamente el de las Bodas de Caná, donde Jesucristo, según el evangelio de San Juan, realizó el milagro de convertir el agua en vino. Esa tabla ya la había visto antes varias veces pero nunca me había dado cuenta de un detalle fundamental en todo esto. Fijaos en los manteles.









Ejea de los Caballeros (Zaragoza) 
Iglesia de San Salvador
Retablo Mayor de San Salvador. Bodas de Caná
 
Blasco de Grañén y Martín de Soria (1438-1476)
Pintura al temple sobre tabla

Pues bien, ese tipo de bordado tiene un nombre. Normalmente se le llama ajedrezado por asemejarse al tablero de ajedrez; del mismo modo que las banderas de las carreras y las escatalíticas también son ajedrezadas. Pero la palabra de la época que se empleaba para referirse a esta forma de decorar los tejidos es la de escaquets o lo que hoy en día el diccionario de la RAE denomina “escacado” o “escaqueado”: dicho de una obra o de una labor repartida o formada en escaques, como el tablero de ajedrez. De hecho, el verbo “escaquear” viene de una maniobra militar que adoptaron los ejércitos directamente del propio juego de ajedrez. Escaquearse es dispersarse, es decir, desplegar, colocar o mover las piezas por el tablero. Pero ahora, diréis, ¿cómo llega todo esto hasta Jamaica? Supongo, sin tener ni idea y sin llegar a rudeboy, que el término ska viene de la palabra inglesa “square” que además de plaza significa cuadrado o casilla, como las del tablero de ajedrez. No sé por qué me da que fue antes el símbolo que el nombre.

A partir de ahora, cada vez que baile ska me acordaré de las Bodas de Caná.

miércoles, 20 de enero de 2010

Campoamor

Hace un par de años logré reunir un puñado de textos que imprimí en un dossier a modo de relato. Hablaban de historias que tenían lugar en torno a viajes en autobús y andenes de estación. Del manuscrito original se cayeron algunos párrafos que no llegaron a coger forma. Hoy he terminado uno de ellos.

El día que nos deshicimos de la librería del local de San Agustín 18 se me antojó quedarme con dos libros. La 6ª edición de una Historia de España de Jose María Pemán (escritor monárquico que apoyó dos alzamientos militares, el de septiembre del 23 y el de julio del 36) y un diccionario de griego antiguo.
Entre las páginas del diccionario había una postal.

Querida Carmen,

Aunque la postal sea de Alicante ahora estoy en Tarragona viendo a unos amigos. Supongo que me quedaré una semana. De todos modos, cuando vuelva a Zaragoza te llamaré. Dales recuerdos de mi parte a Antonio, Isabel y Mayte, bueno y también a los niños del black power.
Un beso muy grande para ti.

No logro transcribir la firma.
Quiero leer Claudia.


Zaragoza, agosto de 1974.
La postal era una fotografía aérea de la ‘Dehesa de Campoamor’ en Alicante. Apenas una docena de edificios entre 7 y 17 plantas se levantaban en primera línea de playa. Los chiringuitos, la arena y los toldos exentos de bañistas parecían desde el aire los mínimos detalles de una maqueta con la que juega un constructor que sueña con Europa, el futuro y el turismo.
Después de leerla varias veces fue imposible acabar la traducción del texto griego que estaba realizando acerca de una persecución a caballo y unos leños que ardían en alguna hoguera. Marcó la página del diccionario con la postal para continuar con la traducción más tarde.
El verano se hacía más agradable a medida que se iba pasando. A penas faltaban unas semanas para el nuevo curso y procuraba pasar las horas de mayor calor del día en la oscuridad de su ático ejercitando lenguas muertas. Su manía de estudiar con poca luz le había costado una miopía que combatía con unas enormes gafas de pasta. Decía que  así se concentraba mucho más y que a obscuras las obras de Baroja sabían mejor.
Casi no pudo esperar a que llegara la tarde para salir de casa. Había llamado a Antonio para quedar con las chicas, pero estaban en el pueblo. Se quedaron sin recuerdos. Se fue a ver a “los niños”.
El sótano era un lugar acogedor por esas fechas y como de costumbre allí abajo siempre había alguien. Café, cerveza y vino sobre la mesa. Vinilos de música negra sonando en el tocadiscos. Se sentó en un sillón a seguir el hilo de una conversación ya iniciada. Mañana habrá una charla en el aula magna de Filosofía y Letras.

Las cosas están cambiando –le decía Carmen convencida de que todo lo que hacía serviría para algo–. Mientras cambien a mejor –le respondía con bastante conformismo–. En su cabeza había aires de libertad y expresividad a los que no sabía o no podía dar salida. Carmen sabía que nunca movería un dedo por cambiar nada, que se amoldaría a lo que viniera. Y aunque no mostrara el menor interés por lo que estaba sucediendo y a veces pareciera que asentía como a los tontos cuando ella le hablaba de la última reunión y las últimas iniciativas, el semblante alegre que se traducía en el gesto sereno de sus ojos y el rictus de su boca le inspiraba algo que se asemejaba bastante al amor.
Al ver como subía al autobús quiso enamorarse, clandestinamente.
Gracias por acompañarme. Te mandaré una postal desde Alicante. O desde alguna otra parte.

sábado, 16 de enero de 2010

hace quince días que sé que existes y no te vas de mi cabeza

viernes, 8 de enero de 2010

10 años que nos conocimos

En la fotografía soy el menos elegante. El que está en primera fila con las manos en la espalda. Todavía tenía un cordón de cuero alrededor del cuello. El único en la acera. Los demás se distribuyen detrás de mí, en las escaleras. Andrés Piquer y Miguel Servet nos contemplan. En la calle todavía hay luz.

15.04.2005. 20:21, grabó la camara a pie de foto. Sin duda, la noche prometía.

De las 18 personas que aparecemos sólo suelo ver a dos. Él, se ha cortado el pelo. Ella (mantón negro por encima) sigue igual. Se casan.

Al gunster de la derecha (sombrero negro) lo ví hace un par de semanas. Ahora vive en Berlín y mantiene un blog por el que voy sabiendo de su existencia y algún que otro correo que nos manda.

Del lolailo de la chapa en la solapa, de la riñonera en baldolera y la bolsa de Zara, hace tiempo que no se nada. Espero que le vaya bien. A él y a la novia, la de su izquierda.

Otro de los gunsters (sombrero blanco), desde el segundo escalón, me flanquea por la espalda el hombro derecho. Se fue a León con su novia (la que está a su lado, un peldaño más abajo) pero creo que ya han vuelto. Una pareja bien maja, la verdad.

Al que tiene su mano puesta en mi hombre y una estrella roja de cinco puntas en la chaqueta lo veo de vez en cuando, cada vez menos, eso sí. Al que está justo detrás de él lo perdí de vista cuando dejé de ir a la universidad. Más tarde o más temprano los veré, estoy seguro.

A la chica del fular en el cuello (segunda fila empezando por arriba) también la vi hace dos semanas. Estaba hasta las narices de su trabajo. Parece ser que su novio (junto a ella, camisa negra, los dos primeros botones desabrochados, con perilla) ha encontrado por fin un curro mientras espera que le llamen de algún instituto. Ni se el tiempo que hace que no lo veo.

En esa misma fila, el rubio de la derecha, camisa blanca y corbata oscura, me lo encontré en el mes de julio. El más inteligente de todos, sin duda. Ninguno de los de la foto lo negaría. Ya debe ser funcionario.

De los demás, no sé absolutamente nada.

lunes, 4 de enero de 2010

El vaivén de mis sospechas. Tercera parte


Te llevé hasta la barra.
Al final sólo pediste un agua.
¿Cuánto hacía que un extraño no te cogía de la mano?
Siento ser efímero. Con tan poco me basta.
Un defecto. Mi inconstancia.
Así, nunca llegarás a nada.