miércoles, 14 de abril de 2010

La mercería de los sueños. # 4

El invierno había llegado demasiado pronto, a la Ciudad y al corazón; como pronto había llegado la hora de retomar la vida tal y como era antes, pero con la salvedad de que ahora estaba solo y antes no. Nunca se acostumbró ni fue asiduo a las visitas por el campo santo, pero bien es cierto que cada 15 de febrero no faltaría un manojo de rosas rojas con espinas y mucho dolor junto a un epitafio que rezaba “Amante, Mujer y Amiga”.

Sin lugar a dudas hay dos tipos de personas. Los que hacen que sucedan las cosas y los que observan como suceden. Siempre había sido un observador, un mero testigo de lo que sucedía a su alrededor y el destino, una accidental casualidad en la que conoció al amor de su vida. Por supuesto que fue ella quien se atrevió a dar ese primer paso que tanto cuesta a quienes parcos en palabras se limitan a ser espectadores del sin vivir que pasa delante de sus ojos. Él comenzó a vivir justo en el mismo momento en que ella se acercó al oído para decirle lo mucho que le latía el corazón y le temblaban las rodillas cuando sonrojada, pero decidida, se sentaba junto a él en la biblioteca para hacer como que estudiaba, cuando realmente lo que hacía era suspirar por una mirada del que de momento vivía ajeno a ella. El medio beso que se escapó a las comisuras de sus bocas cuando con dos besos les presentaron y se conocieron hizo presagiar el noviazgo, la pasión, el amor, la comprensión, el respeto, la sinceridad… Nunca dejó de ser ese observador que no supo ver como aquella muchacha que siempre se sentaba cerca, le miraba con vergüenza por el rabillo de aquellos ojos tan bonitos que vio cerrarse por última vez con lágrimas en los suyos propios.

1 comentario:

  1. Jo... me has hecho soltar una lagrimilla... qué bonito!! Un beso, guapo, desde Jaca con amor.

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