miércoles, 30 de diciembre de 2009

Retales de un engendro o prolegómeno en paralelo

nota de prensa sin publicar enviada a los medios    
Sucesos. 1 de enero

Un cotillón privado de Nochevieja finaliza con un tiroteo y tres muertos.

El tiroteo tuvo lugar diez minutos después de las campanadas de media noche según algunos testigos que pasaban en ese momento por la calle. “Al principio pensamos que se trataba de una traca de petardos”. Una pareja de jóvenes que estaban celebrando el fin de año y se dirigía a una famosa discoteca en esa misma calle del centro financiero de la ciudad vieron a varios grupos de personas abandonar de forma precipitada el edificio en el que horas después se encontraron los cadáveres. “En ese momento no sospechamos nada y a la salida del bar nos encontramos con el cordón policial y la prensa”, declaraba uno de los testigos del tiroteo que ha preferido mantener el anonimato. Una llamada sin identificar realizada a la policía en torno a las 3 de la madrugada avisó de lo sucedido. Los cuerpos se encontraron en la segunda planta de un edificio de reciente construcción destinado a apartamentos de lujo y cuyo propietario, al término de la redacción del presente teletipo, todavía se desconoce. El bloque de apartamentos se encuentra sin inquilinos por lo que el edificio en el momento del suceso se encontraba completamente vacío a excepción de los invitados a la fiesta. Según el portavoz de la policía, los primeros indicios hacen pensar en un ajuste de cuentas, pero será fundamental para la investigación abierta identificar no sólo los cuerpos encontrados sino también a las personas que fueron invitadas a la fiesta así como a las personas que alquilaron el apartamento y organizaron el cotillón.

sábado, 26 de diciembre de 2009

La mercería de los sueños. # 2

Un botón aguardaba en el fondo de un cenicero que no solía usar porque a ella nunca le gustó que fumara: amparo del solitario tirado al abandono, que no sabe en qué pasar el tiempo y se enciende un cigarro como si quisiera llevar la cuenta de las caladas que le restan. Hacía tiempo que las cerillas tenían su espacio reservado junto a los fogones, en la cocina, y para nada más se encendían desde aquella noche en la que justo antes de acostarse apagó en el alzeifar de la ventana la última colilla, después de un «te lo prometo».
Como casi siempre, medio transpuesto o con la mirada perdida en el infinito de la estancia, dejaba la mente en blanco y abría un hueco al silencio. La diferencia con el pasado era que para esos días de estofados en lata y despensa vacía ya se había marchado quien le trajera de vuelta, con una sonrisa, a un mundo, en noventa metros cuadrados de renta antigua, creado por y para dos enamorados.
La cerrada barba que le amanecía y la descuidada imagen del recién levantado a mediodía le querían otorgar la distinción al mérito de verse obligado a dar el paso y empezar de cero a sus casi cincuenta y tantos. Por lo visto, aquella tardenoche sin meriendacena que mediase entre la inapetencia y los comienzos, no iba a ser la que le viera salir por el portalón de Genoveva 37 a hombros de la esperanza, tras haber entrado a matar con más suerte que destreza en los vespertinos lances de aguja e hilo.
Y como nada más tenía en mente ni por delante quehaceres, intentó coger el sueño en la butaca de mimbre en la que tantas veces le vio bordar iniciales en pañuelos.
           
«Creo que necesito un cigarrillo»
De los fogones al bolsillo, una de las cerillas había encendido el cigarro que sujetaba entre los dedos. Todo un logro salir a por tabaco, ensombrecido por un nuevo fracaso a la hora de dejarlo.
Las sombras y aleteo de palomas fantasmagóricas lanzándose a volar desde el precipicio de la ventana le sacaron de entre las mantas. Parecía hacer más fríos del que hacía y en la calle los tonos grises que habían acompañado los días más tristes de su vida habían dado un suspiro de luz a la mañana como tregua breve que el enemigo no respeta. Tal vez aquel destello que proyectaba figuras negras y alargadas sobre las cortinas era el trato atento que se mereciera desde hacía ya algún tiempo, un poco de consuelo que templara con sol de invierno el escalofrío que le recorría todo el cuerpo cada vez que el corazón se le encogía pensando en lo mucho que la amaba.
Movido por la pasión del hombre que era, leído en poemarios trazados a Olivetti y en compendios filosóficos de tapas duras y hojas envejecidas, se dejó llevar por el encanto, aquel que con no poco misterio, había llamado la atención de la estudiante que tiempo después le regalara la Flor de Nieve que dejó secar entre las páginas de un viejo libro que hablaba de héroes y batallas. Movido por la pasión y el despropósito de convertirse en el estúpido que nunca fue ni nunca quiso se colocó el cabello, se dejó la barba, se vistió sin miramientos y apagó el cigarro en el cenicero donde un botón esperaba a unirse de nuevo con su ojal.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El eterno cine de las sábanas blancas


Como todas las mañanas desde que estamos aquí, una pareja de alcotanes viene a planear sobre nosotros.

Unas flores que se calleron de las coronas, en un jarroncito de barro.

En el corral, mi hermana arregla un ramillete de muérdago mientras Marta restaura un maniquí que rescató de la calle. Mi madre recoge perejil fresco para echar a las cabezas de cordero que se están haciendo lentamente en el horno de leña. Dentro de un rato mi padre aparecerá con la escopeta enfundada y las manos vacías. Como siempre, le preguntaré, qué has cogido. Esa incomprensible emoción de saber si le ha acertado a algo que corra o vuele. Yo, contemplo orgulloso las setas de cardo, ya limpias, que ayer tarde cogí en un monte cercano.

El sol, sin elevarse demasiado en el cielo, ha evaporado la niebla que hacía desaparecer el Pueblo al pie de la Sierra, y por fin calienta al abrigo del aire frío. Las nubes por fin se ven altas. Después de comer nos iremos.

Una chaqueta gris, una toalla de aseo, una estampa de no se qué Virgen.

Es inevitable que la mirada se escape a la puerta del cementerio cada vez que pasamos por la iglesia. Todavía nadie se ha atrevido a asomarse por encima de la tapia desde el promontorio que hay detrás de la cabecera. Alguien tendrá que entrar algún día a arreglar la tierra que ahora la cubre.

Un llanto incuestionable, un silencio amargo. Ya lo sabíamos. Demasiados años.

El Pueblo se llenó de coches. El día era gris. Llevamos la caja hasta el altar. Después hasta el cementerio. En la iglesia helaba. Las nubes regalaron dos momentos de sol conciso: cuando llegó y cuando la devolvieron a la tierra. Suficiente.

Los nietos y nietas, inmóviles ante la tumba de la Abuela, comprendieron que si estaban allí era gracias a ella.

Las sopas de ajo, el cine de las sábanas blancas, las historias, los refranes.

Como todas las mañanas una pareja de alcotanes viene a planear sobre nosotros.