martes, 2 de marzo de 2010

Retales de un engendro o 2º prolegómeno en paralelo

–¡Maldita sea, pasmarote! ¿Qué haces ahí  mirando las musarañas?
Cuando Oscar se empeñaba en perder el tiempo podía llegar a hacerlo bastante bien. Podía llegar a pasar horas y horas ensimismado mirando a ninguna parte con la cara oblicua ajeno a la nimiedad de todo aquello que lo rodeaba. Aun a riesgo de que el resto de los chicos que estaban en la calle se rieran de él y lo tacharan de rarito y loco, ni se preocupaba de las burlas y no cesaba en su pasatiempo. Eso sí, de vez en cuando, si veía la intención de algún gracioso que intentaba tirarle alguna piedra o alcanzarle con un palo, tornaba la mirada y la dirigía contra aquel que lo acechaba advirtiéndole, con cara de desequilibrado, que ni se le ocurriera hacer ninguna tontería. La verdad que para ser tan sólo un niño, acojonaba. ¡A saber en qué estaría pensando! A mí, lo que realmente me importaba, era que en ese rato en que buscaba alguna musaraña colgando en las cornisas de los tejados, ni me incordiaba ni me daba por saco.
–Vamos anda. Levántate de ahí y acompáñame. Quiero enseñarte algo.
La verdad es que no se por qué fui a buscarlo. Pero lo hice.
De camino tuve tiempo para arrepentirme.

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