Las ternuras como salvas al aire se fueron acabando poco a poco y desaparecen ahora ya como de costumbre entre flagelos despoblados de rencor y mucho daño. Correcciones anodinas de lo pobres en arranques pasionales que hemos sido, jalonan nuestra historia de sobornos bajo mano cuando aún éramos capaces de ceder y aún éramos capaces de querernos. A pesar de los despertadores a las siete, de las pisadas de sus pies descalzos por el pasillo recién salida de la ducha, de las tardes invernarles atrincherados en el cheslong por el que tanto discutimos, de esas películas de época que tan poco le gustaban sin decirlo, en las que las voces dobladas de las estrellas nos parecían siempre las mismas. A pesar de las edades obituarias en las esquelas del periódico con las que íbamos midiéndonos la vida, a pesar de contarnos todo sin mover los labios, nos seguimos hiriendo como arenisca desgastada por el tiempo y sin saberlo. Apadrinamos lo que iba quedando de lo nuestro varias veces y destinamos una parte de nuestras voluntades a recimentar todo aquello que recordábamos haber sido. Sirvió de poco e insistimos en hacernos polvo.
Estaba claro que algo estaba terminando y supongo que si sabe lo del viernes habrá quedado ya zanjado a falta de que ahora yo reúna los arrestos suficientes y las palabras oportunas para explicarle la última de mis verdades y la primera de mis mentiras.
La debilidad humana y la inconsciencia. Bendito engaño mezclar alcohol y miedo. Quién iba a decirme que la tentación besaba tan bien. La ausencia de culpabilidad. Una lengua extraña después de mucho tiempo hablando el mismo idioma. Dudas irreproducibles escondidas en alguna parte del cerebro.
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