Ahora sé que hice bien al no hacerme ilusiones.
A estas alturas habrás vuelto a leer Mientras cenan con nosotros los amigos, aquel libro póstumo de Avelino Hernández y habrás vuelto a comprender lo bien que te vendría cambiar de aires. Abandonarlo todo y empezar en alguna otra parte, alguna otra historia que sacie esa necesidad que tienes de escribir y de la que durante tanto tiempo no te has deshecho, sólo tú sabrás por qué.
No dejo de imaginarte, cada vez que tu recuerdo viene a mí, sentado junto al hogar de tu casa en la Sierra cuando la oscuridad de la tarde arremete repentina contra el día, sorbiendo tímidos tragos de tinto mientras controlas, con esa mirada dulce y silenciosa que te describe, la vida que vas perdonándole al fuego. Dentro de unos días subirás a la Dehesa a por endrinas. Ahora sé que hice mal al no subir a ver aquel Acebo Grande en el que aquella pareja que inventaste se amó sobre un manto de hojas secas después de preguntarte por dónde se iba al acebal, mientras me esperabas con una manta que olía a espliego junto a un chozo que llamáis el de los Pobres.
Al final no queda más que lo que has vivido y seguir haciendote daño en tu personal encierro no es más que el mal hábito que adquiriste al imaginar todo aquello que mereces vivir y todavía no has vivido.
Sabrás que por aquí han cambiado algunas cosas.
Te prometo una carta.
Un piso con tres gatas.
25 de septiembre.
(Y sigues sin venir a verme)
(Y sigues sin venir a verme)