– ¿Veis esa ventana? En el segundo. La del medio. Pues ese es su cuarto. Ahí vive.
Parecía como si la emoción al presumir de amor adolescente le hubiera poseído.
Había quedado con tres amigas para firmarse los petos que se pondrían en las fiestas del barrio y su presencia ante la ventana del que era su nuevo novio no era casual.
Ya se conocían. Iban al mismo instituto y ya habían tenido algún acercamiento en alguna tarde de primavera cuando él con sus amigos y ella con las suyas se habían cruzado en la plaza donde por separado ellos hacían como que no miraban y ellas como que no eran observadas. Con el paso de los días, de cara hacia el verano, chicos y chicas se fueron arrimando. Sí, ya se conocían de antes, pero haberse quedado sin vacaciones por la retahíla de suspensos que habían acumulado para el fin de curso los había unido un poco más. El verano en la ciudad se hace muy largo si no se comparte sombra y césped con alguien que comprenda lo que los padres no comprenden. Y pasito a pasito fueron quedando.
Las discusiones que él tenía en casa muchas noches entre semana y la mayoría de los sábados han disminuido. Parece ser que la histérica de su madre ya no le saca de quicio. Ha dejado de emocionarse, de gritar sin talento y patalear en el suelo cuando juega a la Play y ya a penas hace caso del amigo que algunas tardes viene a silbarle desde la calle para que se asome por la ventana del segundo, la del medio, y preguntarle si puede bajar un rato. Antes era que no podía por algún castigo, porque estaban sus padres y tenía que acabar los deberes o estudiar algún examen. Ahora no baja, precisamente, porque está sólo en casa y como comprenderá el amigo que viene a buscarle, no puede bajar porque se encuentra algo liado.
Es una tranquilidad verlos recostados en las escaleras de la parroquia, justo en frente de la ventana de su cuarto, en el segundo, la del medio, haciendo caso omiso a todo cuanto sucede más allá de sus narices. Aprovechando los últimos rayos de un verano que se acaba, besándose como si su amor no se fuera a acabar nunca y eso del verano no fuera con ellos; como si no se tratara sólo de una etapa.
Lo mejor de todo es que el chico no ha dejado de escuchar su música. Hip Hop. Es su favorita. Bien alta, sin que importe si molesta o no al vecino que vive abajo. A ella también le gusta, pero algo un poco más melódico, estilo Black Eyed Peas. Lo más curioso es que aunque continúa escuchando la misma música, las letras van cambiando. Lo que antes era constantemente oscuridad, inconformismo, lucha y rebeldía ahora va tornándose en sonidos más ligeros que parecen haberle descubierto una nueva visión del mundo en el que vive. Es como si hubiera dejado subida la persiana por ver siempre algo de luz a través de su ventana. En el segundo. La del medio. Ya sea la del sol o la de las farolas de la plaza.
– ¿Podéis ver esa ventana?
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