jueves, 5 de noviembre de 2009

La mercería de los sueños. # 1

El extremo de hilo humedecido en saliva se resistía a entrar por el ojo de la aguja. Sobre la punta de la nariz, las gafas de cerca y el cordel que caía desde las orejas y en torno al cuello, no hacían justicia a los años que habían ido cubriendo de pequeñas arrugas el contorno de los ojos y la comisura de su boca. Había desenterrado de entre una montonera de recuerdos la vieja caja metálica de galletas danesas, desde hacía tiempo convertida en costurero; y junto a la luz de un flexo intentaba una y otra vez, con bastante poco tino, enhebrar algo más que una aguja. 

La soledad, a ciertas edades, a veces es un reto que certifica las ganas de seguir existiendo.
No había enhebrado nunca en su vida, ni siquiera lo había intentado antes. Pero lo había visto hacer cientos de veces, disfrutando de la soltura con que unos dedos expertos, escoltados por un dedal de porcelana, atravesaban con el fino hilo los orificios de las agujas más pequeñas. Al menos entonces, no parecía difícil. Y ahora aquel maldito agujero parecía estrecharse a cada intento y por mucho que se llevara el hilo a la lengua para mantenerlo fijo, se deshilachaba como jirones de tejido rancio.
Todavía la veía a ella sentada sobre el butacón de mimbre, junto a la ventana, cuando el sol y la mañana inundaban de blanco la casa, zurciendo calcetines y devolviendo al sitio los botones en las camisas de diario. Eran tan grises los días que amanecían aquel otoño como el nublo consuelo que a penas restaba en el vacío que la pérdida de la persona amada dejaba en el interior del sentimiento.
Suspiró profundamente, contempló unos segundos su reflejo en la ventana y clavando la aguja en el carrete de hilo negro desistió, cerró la caja, se quitó las gafas y cayó derrumbado sobre la mesa camilla. Sólo quería descansar un instante antes de seguir haciendo frente a la monotonía de las tardes en casa. El pasillo parecía mucho más largo y la cómoda del dormitorio quedaba ahora tan lejos como el extenso desierto en que se había convertido el otro lado de la cama. 
«Creo que necesito un cigarrillo».

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