Subió al autobús con semblante triste. Se quedó un momento frente a la puerta hasta que decidió que estaba lo suficientemente cansada como para sentarse. En frente estaba él, con cara seria. Como al resto de pasajeros, quiso ignorarla. Distrajo la mirada en el teatro que ofrecía la calle a través de la ventana. Por un momento logra dejar la mente en blanco. Ella se quedó observándolo. Ninguno de los dos sabe los minutos que han pasado. Cuando él levanta la cabeza ella está ahí con su mirada triste y fija, no la aparta de sus ojos, se la aguanta como si ambos quisieran que el otro supiera que lo mira hasta que él desiste, se avergüenza o qué se yo, y devuelve la trayectoria de la vista hacia el teatro que ofrecía la calle a través de la ventana. Ella no ha apartado la mirada y sigue esperando que se vuelva hacia ella. Él recuerda aquel corto titulado El columpio. Cada vez que alza de nuevo la cabeza hace como que pasea la mirada por el autobús pero es para ver si ella le sigue mirando. Es cierto, le sigue mirando. No se atreve a encontrarse otra vez con su mirada. No sabe si es la tristeza de su cara o es que simplemente es guapa. Mayor y guapa. Ella se baja en la estación. Él sigue hasta casa.
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