viernes, 16 de octubre de 2009

Qué de abrazos se han perdido

–Cómo sabía yo que algo iba a hacer, cuando las piernas me dolían –Dijo la Abuela mientras dejaba el bastón apoyado contra la pared de la cocina y se sentaba a la mesa para cenar unas sopas de ajo.

Una vez que comienza el otoño en esta ciudad, el entretiempo dura cuatro días.
Ha llegado el frío. Ya lo echaba de menos.
El veranillo de San Martín se hará de rogar.
Ha llegado el frío y la temprana anochecida.
Octubre oscurece como por sorpresa con la muerte súbita de sus tardes.
Como por sorpresa vuelve también el viento –frío– despejando el cielo.
Despojándolo de alambradas.

Sentado también a la mesa, el Nieto se sacude la apatía estirando todo el cuerpo como si estuviera recién levantado.
–¡Ahí va! Qué abrazo se ha perdido –Dice la Abuela antes de agarrar la cuchara.

Y es verdad. Los que se han perdido.
Ahora mismo me vendría bien algo de calor con un abrazo.

Han regresado los edredones a las camas, las chaquetas de punto y las mangas largas.

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