martes, 20 de septiembre de 2011

Cuatro orquídeas

Valle de Hecho. En la terraza de uno de los bungalows del camping, una chica marca un número de teléfono. A sus treintaypocos ya no le apetece andar perdiendo el tiempo con mensajes cortos. La noche no es todo lo fresca que debiera y la idea de tomarse un helado, después de colgar el teléfono, cobra cada vez más forma en su cabeza. Acaba de instalarse el verano y parece que lo ha hecho con fuerza. La tranquilidad la envuelve. Esa misma llamada ya la ha hecho antes de esta noche, a otros números de teléfono, con otras personas al otro lado de la línea. No es nada nuevo para ella y la tranquilidad con que pulsa la tecla de llamada y se aparta la melena rubia de la oreja para acercarse el auricular, le otorga una seguridad en ella misma que quien está a punto de recibir la llamada ya quisiera para si.

A 484 kilómetros de distancia un móvil suena. En Canet d’en Berenguer la noche es pegajosa. Ni siquiera el mar es capaz de templar la temperatura y hasta la arena de la playa todavía conserva el calor incandescente que alcanzó bajo el sol del mediodía, como si fuera el rescoldo de unas ascuas que han ardido. La figura de un chico sentado justo enfrente de la línea de agua en la que desaparecen las pequeñas olas que se introducen en la bahía, se dibuja como una inexistente escena nocturna de Sorolla y se antoja entre humana y teatrera. El timbre del teléfono rompe el sedante sonar del agua marina hasta que responde. Sabe quien es. A sus veintimuchos, la conoció hace cuatro días y en ese tiempo no ha dejado de pensar en ella.

A la mañana siguiente una orquídea apareció muerta junto a la ventana.

Ella se empeñó en acompañarle hasta la parada de taxis. Él no ofreció ninguna resistencia. Todo lo contrario. Se alegró de que la noche le brindara una última oportunidad para intentarlo, aunque fuera a la desesperada. Hacía tiempo que no tenía una conversación tan agradable con una chica y se empeñó en estropearlo. Todo hacía pensar que era el momento de estrellarse. Ahora o nunca. Lo intenta. Le niega. Ella sigue enamorada del tipo que la dejó hace tres meses.

A la mañana siguiente otra orquídea apareció muerta.

Bajo el olmo que gobierna el pueblo dos siluetas están sentadas en la penumbra de una de las farolas de la plaza, sin decirse nada. Las dos esperan algo de la otra, pero ninguna dice nada.

Cada vez le duelen más las verbenas de verano.
Ha vuelto a llegar tarde. Algo más de un año tarde.
De haberlo sabido habría sido distinto.
(¿Por qué callarse? ¿Por qué escondernos?)
Cada vez le duelen más las madrugadas de verano tras las verbenas de los pueblos.
El azul de amanecida, el bullicio de los gorriones dispuestos a empezar un nuevo día, el olor a hogazas recién hechas en el horno de leña y el contorno de sus viejas represalias inadvertidas.

Bajo el viejo olmo que gobierna el pueblo dos siluetas se miran tal y como se han estado mirando durante las tres últimas noches. Toda una historia de amor sin palabras. Toda una historia de soslayo. Un baile de los agarrados. Algún cigarro. Un par de gintonics. Dos eternidades en la barra sin decirse nada. Tal y como ahora están esas siluetas sentadas en la penumbra de una de las farolas de la plaza.

–Pensaba que no te quedarías.
–¿Sabes? No me importaría nada comprarme una casa en este pueblo.
–¿Para quedarte?
–Para venir más a menudo.
–Al otro lado de la carretera, en la calle que baja al lavadero, venden una casa.
–¿Me acompañas a verla? (y así, por el camino nos besamos…)

Habría pasado el resto de su vida junta a ella.
Veranear en un camping de montaña o en la playa.

A la mañana siguiente otra de las orquídeas moría sin cuidado.

Llegó y se marchó como si nada.
Era mediodía. Una conversación junto a la puerta. Ella fumaba.
Podría haber sido el chico perfecto.
Quién sabe si hubiera pasado el resto de su vida junto a ella.
Era de noche. Un silencio junto a la puerta. Los dos fumaban.
Llegó y se marchó como si nada.

A la mañana siguiente una orquídea cayó muerta junto al resto.

Al final, terminará acostumbrándose a que todas las mujeres que comienzan a significar algo en su vida acaben alejándose. De una manera u otra la distancia es perceptible, y ya sea con la mucha o con la poca carga de significado que ellas tengan, al margen de carencias llevaderas, siente que algo le falta. Y así, nunca deja de pensar y alimenta sus temores con la incapacidad de dejar la mente en blanco para dejar atrás la agonía del contacto irrepetible, del deseo aplazado, del rechazo clandestino, del amor desconocido, de la duda permanente; como atrás quedan ya las vidas de cuatro orquídeas y un verano.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Supongo que ya sabe lo del viernes

Las ternuras como salvas al aire se fueron acabando poco a poco y desaparecen ahora ya como de costumbre entre flagelos despoblados de rencor y mucho daño. Correcciones anodinas de lo pobres en arranques pasionales que hemos sido, jalonan nuestra historia de sobornos bajo mano cuando aún éramos capaces de ceder y aún éramos capaces de querernos. A pesar de los despertadores a las siete, de las pisadas de sus pies descalzos por el pasillo recién salida de la ducha, de las tardes invernarles atrincherados en el cheslong por el que tanto discutimos, de esas películas de época que tan poco le gustaban sin decirlo, en las que las voces dobladas de las estrellas nos parecían siempre las mismas. A pesar de las edades obituarias en las esquelas del periódico con las que íbamos midiéndonos la vida, a pesar de contarnos todo sin mover los labios, nos seguimos hiriendo como arenisca desgastada por el tiempo y sin saberlo. Apadrinamos lo que iba quedando de lo nuestro varias veces y destinamos una parte de nuestras voluntades a recimentar todo aquello que recordábamos haber sido. Sirvió de poco e insistimos en hacernos polvo.

Estaba claro que algo estaba terminando y supongo que si sabe lo del viernes habrá quedado ya zanjado a falta de que ahora yo reúna los arrestos suficientes y las palabras oportunas para explicarle la última de mis verdades y la primera de mis mentiras.

La debilidad humana y la inconsciencia. Bendito engaño mezclar alcohol y miedo. Quién iba a decirme que la tentación besaba tan bien. La ausencia de culpabilidad. Una lengua extraña después de mucho tiempo hablando el mismo idioma. Dudas irreproducibles escondidas en alguna parte del cerebro.

sábado, 30 de abril de 2011

El vaivén de mis sospechas. Quinta parte

Cruzarme contigo muchos días entre semana a las 14.35 de la tarde hace que te haya reconocido. Si no desde el primer día, sí desde el segundo, en algún punto entre el portal de casa y la esquina del bar, nuestras miradas se cruzaron. Sospecho que sabes también como yo que nos conocemos. Pero ninguno de los dos dice nada.

sábado, 26 de marzo de 2011

Silencio indefinido

Hace diez años escribió el primer poema.
Su nombre era “Silencio”. Nunca olvidó esa extraña sensación entre el anhelo, el delirio y el ahogo al escribirlo. Tan sólo ocho versos que jugaban con las eses de palabras como solo, silbar, soledad, suave y por supuesto silencio. Sencillo, muy simple y sucinto. Hace ahora diez años que escribió su primer poema, y en cierto modo, ya nunca dejó de hacerlo, aunque no fuera por escrito.

Unos cinco años después, la profesora (que no lo era) pidió a los estudiantes de su clase que escribieran qué significado tenía el silencio para ellos. Para entonces, él ya ni se acordaba del poema y aquellos versos escritos entre el anhelo, el delirio y el ahogo de soledades concedidas habían pasado a formar parte de unas pocas cuartillas encuadernadas, apiladas y olvidadas en el fondo de una estantería.

La profesora (que no lo era) les pidió que escribieran un significado de silencio.
Un estudiante le ofreció un folio en blanco.
–Ten. Esto es el silencio.
–Muy ingenioso. Ahora ponlo por escrito.

Todos los estudiantes que quisieron leyeron sus textos.
Él no quería hacerlo, pero la profesora (que no lo era) y algunos compañeros (que todavía siguen siéndolo, pero de otra manera) insistieron.

Ahora, tras cinco años, es un vago recuerdo que ha regresado hasta sus manos en forma de diario después de haber sido encuadernado, apilado y olvidado en el fondo de una estantería en el despacho de una profesora que realmente no lo era.


-- Indefinición de silencio --

El silencio es ese ángel que pasa cuando en una conversación nadie sabe qué decir. Pero no es callarse, ni que se te coma la lengua el gato. Y es que a veces, hay silencios que dicen demasiado.

El silencio implica lentitud de movimiento hasta la máxima quietud igual que en una sinfonía la cadencia va marcando el final de las voces que poco a poco van enmudeciendo. El silencio es sosiego, calma, descanso.

No hay dos silencios iguales. El silencio en la cima de una montaña no es el mismo silencio que se puede escuchar en el claustro de un monasterio. Detrás del silencio, no sólo hay movimiento, también hay un lugar que lo define y concreta. Ya sean las hojas mecidas por el viento, el murmullo del agua en un jardín andalusí o el crepitar de la leña ardiendo. El silencio no siempre es el mismo. El silencio suena aunque cueste hacer oído. Y es que el silencio es raro, escasea y por lo tanto es caro. Tanto que a veces incluso hay que morirse para conseguir un minuto de silencio.

Es un espacio en blanco, es vacío, es un hueco. Es ignorancia, es sumisión y respeto. Pedirlo es un favor y si lo que tienes que decir no es más bonito que el silencio, será mejor que te calles, como dice el proverbio. El silencio es hermoso, gusta pero suele resultar extraño, tanto que cuando se prolonga parece sospechoso. El silencio es breve.

El silencio es oscuro pero también es claro. El silencio de la noche da pie al miedo con algo de imaginación. El silencio de la mente es quedarse en blanco.

El silencio es tiempo. No sabemos cuánto porque a veces consiste en perder su noción. Tiempo más ganado que perdido, aunque el sistema y la dinámica en que vamos subidos quieran que pensemos lo contrario. 

El silencio es un gran enemigo cuando las voces que debimos escuchar fueron silenciadas. El silencio es lo obvio. Es lo que no se dice porque ya se sabe. El silencio está entre las líneas de las vidas de las gentes que dejaron una breve constancia escrita, empezada y acabada, de su existencia en legajos que pasaron desapercibidos, acallados o en silencio, por las páginas de la historia.

El silencio es escuchar.


Pero lo que ha regresado hasta sus manos no sólo es aquel recuerdo vago que ahora empieza a cobrar fuerza, sino también, la nota manuscrita en forma de reto de aquella profesora (que no lo era) que al terminar de leer el texto le dejó escrita.

“¿Qué vas a hacer con este extraordinario talento que posees para la escritura?”

La respuesta que nunca le dio aquel estudiante resultaba paradójica: silenciarlo o por lo menos mantenerlo en un silencio preferentemente indefinido.

Al estudiante que hace diez años escribió aquel poema cuyo nombre era “Silencio” y que cinco años después indefinió el silencio, ahora le llaman profesor (pero no lo es); y mientras sobrevive rodeado de constante ruido haciendo oído para escuchar algún tipo de los muchos silencios que anhela, él delira y se ahoga esperando un momento de silencio, soledad y viento con lecturas desconocidas y caminatas libertadoras que algún día le ayuden a ganar un reto propuesto en una nota manuscrita al final de un texto.

sábado, 12 de febrero de 2011

La ciudad de los bares. 3rd

Henry nunca marcaba la casilla del seguro de viaje cuando reservaba vuelos desde casa. Ni cerraba la puerta de los cajeros automáticos cuando iba a sacar pasta. Decía que era una forma de vivir sin miedo y en parte, razón no le faltaba. Al llegar a aquel bar que en cualquier parte del mundo habrían llamado “karaoke”, que a nosotros nos gustaba llamar “music hall” y que no tenía nada ni de uno ni de otro, Henry decidió —no tardó demasiado tiempo en convencerme— que no estaba tan borracho como en un principio me había parecido. Otra de las habilidades que había desarrollado desde que se trasladara hace ahora más un año a la ciudad de los bares era haberse desinhibido por completo. Todo formaba parte más de una puesta en escena que de una excitación etílica. No le hacía falta estar completamente borracho para llegar más lejos y le divertía de una forma extraordinaria hacer lo que otros llamarían el ridículo. Nada parecía tener ya medida para él y sin embargo seguía manteniendo al menos un pie sobre el suelo. Cuando quise convencerle para volver a casa le cambió repentinamente el rostro, se apaciguó, se deshizo del último trago de tequila y cogiendo la chaqueta me sacó del bar. “No podemos permitirnos vivir con miedo. Es lo que pretende todo el mundo: los Gobiernos, los Bancos, incluso la Iglesia. Constantemente nos incitan a vivir con miedo y eso es algo que no podemos consentirlo”. Cuando Henry se ponía estupendo y las cosas que decía comenzaban a tomar sentido significaba que aunque no hubiera bebido demasiado comenzaba a ir borracho. Ese punto de perspicacia justo antes de perder la memoria y olvidar esas palabras tan exactas y perfectas que realmente recogían lo que realmente quería decir. Si las anotara o las grabara, algún día hasta podría escribir un libro. Pero él adoraba la brevedad de esos momentos de lucidez. Lo que tenía que decir cuando había que decirlo, aunque yo fuera su único público. Es más, siempre había tenido la sospecha de que Henry era de esa clase de personas que de noche y por la calle con unas cuantas copas entre pecho y espalda de camino a casa, va hablando completamente solo diciendo verdaderas maravillas, adquiriendo el mismo misterio y haciendo el mismo ruido que hace ese árbol cuando se cae en mitad del bosque y no hay nadie allí para escucharlo.

lunes, 31 de enero de 2011

Le ha vencido el mes de enero a las ganas que te tengo.
Un par de historias me han surgido.
En cuanto tenga un rato te las cuento.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Curiosas conexiones. El origen de las cosas

La 13-14. Una llave y un versículo

Supongo que seguirá sin importarle a nadie pero he vuelto a caer en la cuenta de una de esas estupideces que a mí, al menos, no dejan de resultarme curiosas y excepcionales. Son esas ideas tontas que hacen cambiar por completo la visión del mundo que nos rodea, o por lo menos, del pequeño mundo que me rodea. Porque siempre fueron las ideas más simples las que revolucionaron el mundo y las que hacen verlo con otros ojos. De eso se trata. De mirar de otro modo. Porque precisamente es eso lo que hace avanzar a las sociedades. Mirar el mundo que les rodea de una forma diferente a como lo ven constantemente.
Es así que aquí me hallo, de nuevo, en el por qué de las cosas, en mi particular teoría del origen de las cosas; origen que, seguramente, los lectores más asiduos que de vez en cuando se van pasando por aquí para ver si el Zarandeo ha puesto algo, sabrán apreciar debidamente. Porque todo viene de algo. Incluso todas esas expresiones cotidianas que decimos de vez en cuando sin preguntarnos qué es lo que quieren decir en realidad o quién o quiénes fueron los primeros en usarlas. Particularmente, conozco el significado de muchas de esas expresiones o frases hechas. Dichos, que curiosamente, tienen muchas veces su origen en la Edad Media, –¿dónde si no iba a ser?– como por ejemplo meterse en camisa de once varas, ir de picos pardos o seguir en sus trece. Y precisamente con el número 13 y con su consecutivo el 14, tiene que ver la historia de hoy. Así que allí que voy. A ver qué es lo que os parece.
Una de esas expresiones que más me desconcertaba –hasta que uno de los tantos primos que tengo me sacó de dudas una noche de verbena cuando me advertía de que se iría a casa pronto y sin decir nada– era la de hacer la trece catorce. Trece, catorce. 13, 14. Increíble. ¿Qué narices significaba? Mi primo, mecánico de profesión, me lo explicó y si lo buscáis por internet, –a mí, no me hizo falta, pues prefiero haberlo descubierto de este modo y no de otro–, todo el mundo coincide, y está generalizada la idea, de que esta curiosa expresión –hacer la trece catorce– procede de una broma que realizaban los mecánicos con experiencia a los jóvenes que entraban a trabajar en los talleres. Los primeros, solían pedir a los segundos, que les alcanzaran una llave de tuercas denominada 13-14. Resulta que la característica de este juego de llaves es que en cada uno de los extremos presenta un calibre diferente para un calibre diferente de tuerca. De este modo, encontramos llaves por pares de calibres consecutivos, como por ejemplo, la llave 8-9, la 10-11, la 12-13, la 14-15, la 16-17 y así sucesivamente. Y he aquí la jugada. La llave 13-14 no existe por lo que el joven aprendiz de mecánico podía buscar y buscar la llave hasta caer en la cuenta de que había sido engañado, burlado, de que se la habían jugado sin que él se enterara.
Pues bien. Ese es el origen de la expresión. O mejor dicho, ese era el origen de la expresión hasta ayer mismo, al menos para mí. Desde luego que los demás pueden seguir pensando lo que quieran. Pero antes, escuchad lo que tengo que contaros. La expresión, seguro, que es mucho más antigua.
Por diversas cuestiones que no vienen al caso, ayer me encontraba revisando la Biblia. Quería recordar qué es lo que decían los Evangelios (cuatro de los textos que componen la colección de libros canónicos de la tradición judía y cristiana) acerca del la natividad de Jesús. Poco es lo que cuentan, la verdad. Prácticamente todo lo que la Biblia dice sobre la vida de este hombre se ubica durante su etapa adulta. Del nacimiento, únicamente dos de los evangelistas reconocidos por la Iglesia tienen algunos pasajes. Son los evangelios de Mateo y de Lucas (para los que no tengan ni idea de Historia Sagrada diré que los otros dos son Marcos y Juan). Uno de estos pasajes, en el capítulo 2 del Evangelio según san Mateo, es el de la Huída a Egipto. Os resumiré en qué consiste más o menos.
Unos sabios procedentes del Este –lo que vienen a ser S.S. M.M. los Reyes Magos de Oriente, por cierto que la Biblia no dice ni que fueran tres, ni que fueran reyes, ni que se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar, y ni mucho menos que este último fuera negro– siguiendo una serie de señales en el cielo –lo que viene a ser la estrella– observaron que iba a nacer –porque eran sabios y lo sabrían, supongo que era por eso– el Rey de los Judíos. A su llegada a Jerusalem se entrevistaron con Herodes el Grande, un rey títere de Roma que hacía como que gobernaba en Judea, para preguntarle por el Rey de los Judíos que acababa de nacer. Como comprenderéis, al escucharles, Herodes el Grande, considerado el único rey de Judea, como no podía consentir que un nuevo rey le arrebatara el trono, pidió a estos sabios que fueran en busca del recién nacido para que cuando lo hubieran encontrado se lo comunicaran sin demora para poder ir él también a adorarlo. Mentía. Por supuesto que lo que quería era matarlo. Los sabios de Oriente, una vez que ofrecen sus regalos al niño Jesús –del oro, el incienso y la mirra sí que habla la Biblia– fueron avisados en sueños de las intenciones de Herodes y se marcharon por otra parte sin pasar por su palacio. También en sueños, el ángel del Señor, se le apareció a José –y aquí va llegando el meollo de la cuestión– para decirle lo siguiente:
“Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Huida a Egipto. Fra Angelico (c. 1450). Temple sobre tabla.
Museo de san Marcos. Florencia.

Después, ya vendría la matanza de los inocentes que, por otro parte, se convertiría en la más grande de todas las bromas y que celebramos todos los ventiocho de diciembre. Herodes, cabreado por el engaño de los sabios de Oriente, decice matar a todos los niños menores de dos años de Belén y alrededores, a ver si acertaba y mataba también a ese niño que decían sería el rey de los Judíos. Pero lo que más me interesa es la 13, 14 que le hicieron María y José a Herodes cogiendo al niño, escapando de la matanza. ¿A ver si podéis imaginar cuáles son los versículos que representan la jugada? Qué acertada coincidencia ¿no? Mt. 2; 13-14. Efectivamente, mi primo aquella noche de verbena, se marchó sin avisar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La ciudad de los bares. 2nd

Henry llegó a esta ciudad, convencido de que pasaría un año maravilloso. Así que tal fue su nivel de sugestión que decidió prolongar su estancia durante una temporada más. Él siempre finalizaba los correos electrónicos que me solía enviar casi todas las semanas con un contundente “debes venir a verme”. Para Henry la posibilidad de hacer las cosas no existía. Todo cuanto estaba en su mano y en la de los demás lo convertía en la obligatoriedad incuestionable de un deber a cumplir. “Un hombre debe hacer lo que debe de hacer”. Otra de sus coletillas favoritas que acompañaba casi siempre detrás de un trago y un vaso en la mano, apoyado encima de una barra señalando con el dedo índice como  si hubiera llegado al meollo de la cuestión. El deber de hacerlo todo como un deber, como una obligación, había llevado a Henry a un estado de embriaguez casi permanente en el que la responsabilidad había pasado a ser una paradoja de sus propias convicciones. Sin embargo, era divertido verle disfrutar como nunca antes lo había visto, agarrando el micrófono y torciendo el cuerpo estremecido como si cada una de las palabras que salían de su boca o cada una de las notas que salían del equipo de sonido las hubiera escrito él mismo. Maldito hijo de puta. Estaba irreconocible.

domingo, 24 de octubre de 2010

La mercería de los sueños. # 6

El sonido que hicieron las campanillas al abrir la puerta del establecimiento ni siquiera inmutaron al gato que reposaba sobre una silla de anea. Era una mercería antigua. Muy pequeña y discreta. Tal vez esa fuera la razón por la que había pasado inadvertida a su atención después de tanto tiempo viviendo en el Centro. Solamente dos cortos pasos separaban el mostrador de la entrada. A ambos lados, estanterías y armarios con múltiples cajones de todos los tamaños rellenaban el reducido espacio de la tienda. Frente a él, un enorme espejo tras los cristales de una vitrina le mostraba lo rídiculo que se veía entre lencería, retales, hilos, cremalleras, cintas, broches, abalorios y botones. Si algo se puede decir de una mercería es que es tan femenina como el ciclo de la luna y su efecto en la marea. Hasta el gato se percató de lo inapropiado de su presencia y dejando un maullido a medias desapareció de un salto, sin miedo e indiferente, por los bajos de las cortinas estampadas que ocultaban la trastienda.
Acto seguido una mujer de pelo rubio salió de la rebotica  con una cinta métrica colgando del cuello y tras correr con cuidado las anillas de las que pendía el telón, se preocupó de que este no quedara entreabierto, como si quisiera ocultar las vergüenzas del desordenado almacen que se escondía tras las cortinas. Se dio medio vuelta y colocándose frente al mostrador se dirigió a su nuevo cliente para atenderle con una sonrisa alegre.
Buenas tardes ¿en qué puedo ayudarle?
El señor, todavía extrañado y con la duda de no saber exactamente qué es lo que buscaba, titubeó unos segundos incapaz de articular palabra mientras procuraba apartar su mirada de la angelical luz que habitaba en la dependienta.
 ¿Se encuentra usted bien, caballero? Se dirigió de nuevo al señor encogiendo el cuello y elevando los ojos para intentar alcanzar a ver con claridad la cara del cabizbajo cliente.
Las palabras de la mujer le hicieron reaccionar y reconocerse como lo que no era: un hombre carente de cordura que se deja llevar por los impulsos e inquietudes lejos del raciocinio que el control de sus pasiones le proporciona. Entrar en lugares de los que desconocía su existencia sin motivo aparente no entraba dentro de sus prácticas habituales, y ni mucho menos parecer un perturbado que amedrenta a señoras y dependendientas desvalidas a la hora de cierre.
Perdone. Respondió el señor recuperando la compostura. No sabía que aquí hubiera una mercería. ¿Lleva usted mucho en el barrio?
Pues a decir verdad empiezo a pensar que ya llevamos demasiado tiempo por aquí.
¿Llevamos?
Mis hermanas y yo. Abrimos esta pequeña mercería cuando llegamos a la ciudad hace ahora muchos años.
Es extraño. Vivo a sólo dos calles de aquí y nunca me había fijado en su establecimiento.
Bueno… Será porque es usted todo un señor y nunca ha tenido la necesidad de zurcirse calcetines o comprarse unos pantys.
Aquella mujer de iluminada mirada había conseguido arrancar de su herido rostro lo que hacía semanas que nadie conseguía: una sonrisa sin tapujos. Tras unos segundos recordando la fresca esencia del sentido del humor que ya casi yacía en su olvido, el señor recapacitó mientras contenía la risa y arcaizaba de nuevo el rictus. En seguida cayó en la cuenta del motivo por el que había entrado en la mercería haciendo sonar las campanillas de la puerta que ni siquiera inmutaron al gato indiferente que reposaba sobre una silla de anea. Al fin y al cabo no había dejado de buscar una razón para todo lo que hacía y puesto que ya era mayor para reconocer ciertas facetas de su personalidad, no quiso adivinar que lo que realmente estaba haciendo era justificar los cautos impulsos que un liberador cambio de aires le exigía.
En realidad… venía buscando una cosa. Hizo una breve pausa para asumir con resignación la situación a la que se enfrentaba. Verá. Resulta que he perdido uno de los botones de una chaqueta muy especial para mí y quisiera recuperarlo. He buscado por todas partes sin encontrar nada y al ver abierta esta mercería he pensado que a lo mejor…
A ver dígame… ¿Y cómo era ese botón?
Negro… De nacar… Nunca en su vida imaginó que algún día tuviera que describir un botón.
La mujer sin dejar de sonreir y reconociendo en la actitud del caballero la inocencia del que a pesar de la edad llega de nuevas a algunos lances de la vida, alargó los brazos y acercó hacia el centro del mostrador una pecera redonda, más decorativa que otra cosa, llena de botones; de todos los tamaños y todos colores.
Pues bien, si no me da más señas puede ir buscando por aquí a ver si ve alguno que se le parezca. Mientras yo voy a ir recogiendo algunas cajas que tengo dentro. En seguida salgo
 Las campanillas de la puerta sonaron en cuanto ella entró a la rebotica. Cuando la mujer asomó la cabeza por la cortina aquel extraño caballero ya no estaba. Solamente un puñado de botonos esparcidos por el mostrador.

sábado, 9 de octubre de 2010

La ciudad de los bares. 1st

Lo bueno de aquel bar era el escenario y el micrófono.
La entrada también tenía su encanto. Eso de estar en un sótano y las escaleras que había que bajar hasta la puerta le daban un carácter especial que difícilmente podía encontrarse en otros locales de la ciudad de los bares.
A medida que los vasos de tequila y las cervezas iban cayendo, algunas de las personas que las noches de los viernes se dejaban caer por aquel antro de mala muerte y de amigable ambiente se arrancaban a destrozar los grandes éxitos de la música nacional e internacional. La letra no podía leerse en ninguna pantalla. O conocías la canción o se terminaba el espectáculo. Eso era lo bueno. Una única persona en el escenario cantando para un puñado de desconocidos los temas que significaron algo en su vida. Por extraña o recóndita que fuera la canción, siempre estaba o siempre había alguna que inspirara a entonar octavas imposibles para cuerdas vocales defectuosas.
Cuando entré en el bar, Henry estaba cantando una canción de los Blur completamente borracho.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Para esta cáscara de nuez

Demasiado charco, ya lo dije. Un beso de consolación en la cara. Bastante humillante, por cierto. “Gracias por participar. Más suerte la próxima vez", vino a decirme más o menos. Siempre son ellas las que eligen, ¿verdad? Por lo menos esto ya se va pareciendo algo más a noviembre. Pues sí, ya he vuelto. Ya era hora.

Esta vez no ha habido tiempo de leer Mientras cenan con nosotros los amigos de Avelino.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La inapelable levedad de la constancia // IIª parte

Agosto se desprende de esa extraña capa de noviembre con la que estaba revestido y agoniza entre asfixiantes aires de bochorno y tormentas rezagadas. Atrás queda ya ese extraño agosto, más que nada. No se ha parecido, ni por asomo, al estado de ánimo que solía ser noviembre. Tal vez me quede ya sin meses para sentir y desquitarme con el vicio de las letras. Así, aprovecho y me confieso, sin aspavientos, ni reparos, ni escrúpulos, ni consejos como uno más de esos reflejos de la inconstancia que atesoro para contradecirme a la carita que voy llegando a algo que nunca es nada.
Llegó  septiembre. Y he vuelto.
Cómo no iba a hacerlo.

martes, 18 de mayo de 2010

La mercería de los sueños. # 5

No esperó a apearse del tranvía para llevarse el cigarrillo hasta los labios. Acto seguido, ya sobre la acera y mientras se cubría con el cuello de la gabardina, se encendió el vicio que le había devuelto a la rutina. Estaba tan nervioso como el primer día, y tal vez lo fuera.
Con poco ritmo y algo de pesadumbre subió uno a uno los escalones que conducían a la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras; como si todavía, convalenciente y con bastante poco empeño, hubiera acumulado entre pecho y espalda la edad suficiente para apoyarse en la rodilla a cada peldaño que subía.

De vuelta a casa, –prefirió dar un paseo para despejar dudas y desentumecer las piernas– mientras callejeaba por rincones que hacía tiempo no pisaba, recordó aquellos bares que fueron sus favoritos en los que ponían las mejores tapas, el zapatero que mejor clavaba los tacones, la librería en la que siempre encontraba las primeras ediciones y la bodega en la que rellenaba cada semana el vino que ella y él se tomarían antes de irse a la cama, con el que brindaban las noches hogareñas al amor de las sábanas o de la vieja manta perfumanda con lavanda que les cobijaba sobre el refugio calido del sofá. De camino a casa recordó muchos momentos y decidió que no tenía por qué olvidar ni por qué retomar su vida. Una vez más había sucumbido a la desolación. Un nuevo fracaso, como con el tabaco, a la hora de dejarlo.
Se sentó en un banco de una acera poco transitada a despejar las dudas que le acompañaban auspiciado por el escueto fulgor de una farola isabelina.

No se dio cuenta hasta poco después de haber arrojado el segundo cigarrillo al pequeño charco de agua que la lluvia de por la mañana había dejado en el alcorque del tilo que lo flanqueaba. Un pequeño escaparate que no recordaba haber visto antes y sobre él, un envejecido rótulo, como lo ojos que lo descubrían, anunciaba:

“Mercería Moira”

viernes, 14 de mayo de 2010

Y ahí nomás no la mate

Hay pocas cosas que me apetezca ver en la tele de forma habitual.
Los jueves por la noche emiten en tve1 un programa que recoge la historia de la televisión, la historia de los últimos 50 años de España en imágenes y canciones. Se trata de montajes al estilo de aquella película llamada Canciones para después de una guerra, en la que el director Basilio Martín  Patino, realizaba un montaje  muy didáctico explicando cómo queda un país tras una Guerra Civil. El de ayer era una reposición. Lo estrenaron en noviembre del 2009 y está dirigido por Isabel Coixet. Refleja cómo la publicidad, tanto del régimen como la reciente, ha sido el principal enemigo de la mujer durante décadas.
Si no lo habéis visto, deberíais pinchar aquí. Muy recomendable.
Atención a las canciones:
- Los días de la semana. (1973. Gaby, Fofó, Miliki y Fofito)
- Niña, no te modernices. (El payo Juan Manuel)
- Tomo y Obligo. (1931. Voz: Carlos Gardel. Letra: Manuel Romero)

jueves, 13 de mayo de 2010

El vaivén de mis sospechas. Cuarta parte

Dejó un beso en los dedos para desmigajarlo en el aire mientras se despedía en la distancia.
Él no quería que se fuera y ella no sabía si quería irse.

Te sientan muy bien los treinta y cinco. No los aparentas.

Sabes, cada vez me resultan menos atractivos los hombres de mi edad y me intereso mucho más por los que tienen de veinticinco a treinta.
Es curioso, a mí me sucede exactamente lo contrario, pero con las chicas.
Me sonríes y consigo hacerte callar por un momento.

Tu primera boda. Tu primer divorcio.
Esa terraza en el piso de San Pablo te ha devuelto a la vida.
Todo aquello que tenías planeado. Todo aquello en lo que podías equivocarte.
Ahora vives como quieres. Hablar con tipos como yo te divierte.
Mejor si sigues como estás, así de sola, demasiado bien contigo misma.
Quizás te estás volviendo acorde con el vacío y cuando ves algo que te gusta lo relegas al inhóspito lugar que nunca mereciera. Pero eso sólo lo piensas porque nunca pudiste hacerte a la idea de que alguien como yo pudiera aparecer en tu vida.

Deshiciste un beso en los dedos para despedirte desde lejos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Aquí la primavera tardará en llegar

Bien lo sabe el almendro de la calle y las pocas flores blancas que todavía permanecen en sus ramas.
Las que no derribó la lluvia, las helarán las noches de la Sierra.
Difícilmente comeremos almendrucos de ese viejo árbol que nunca llega a nada, pero, ahí sigue, inquebrantable por el tiempo permanece asomando por encima de la tapia.
Dicen que no hace mucho, el almendro dio sus frutos.

miércoles, 14 de abril de 2010

La mercería de los sueños. # 4

El invierno había llegado demasiado pronto, a la Ciudad y al corazón; como pronto había llegado la hora de retomar la vida tal y como era antes, pero con la salvedad de que ahora estaba solo y antes no. Nunca se acostumbró ni fue asiduo a las visitas por el campo santo, pero bien es cierto que cada 15 de febrero no faltaría un manojo de rosas rojas con espinas y mucho dolor junto a un epitafio que rezaba “Amante, Mujer y Amiga”.

Sin lugar a dudas hay dos tipos de personas. Los que hacen que sucedan las cosas y los que observan como suceden. Siempre había sido un observador, un mero testigo de lo que sucedía a su alrededor y el destino, una accidental casualidad en la que conoció al amor de su vida. Por supuesto que fue ella quien se atrevió a dar ese primer paso que tanto cuesta a quienes parcos en palabras se limitan a ser espectadores del sin vivir que pasa delante de sus ojos. Él comenzó a vivir justo en el mismo momento en que ella se acercó al oído para decirle lo mucho que le latía el corazón y le temblaban las rodillas cuando sonrojada, pero decidida, se sentaba junto a él en la biblioteca para hacer como que estudiaba, cuando realmente lo que hacía era suspirar por una mirada del que de momento vivía ajeno a ella. El medio beso que se escapó a las comisuras de sus bocas cuando con dos besos les presentaron y se conocieron hizo presagiar el noviazgo, la pasión, el amor, la comprensión, el respeto, la sinceridad… Nunca dejó de ser ese observador que no supo ver como aquella muchacha que siempre se sentaba cerca, le miraba con vergüenza por el rabillo de aquellos ojos tan bonitos que vio cerrarse por última vez con lágrimas en los suyos propios.

martes, 2 de marzo de 2010

Retales de un engendro o 2º prolegómeno en paralelo

–¡Maldita sea, pasmarote! ¿Qué haces ahí  mirando las musarañas?
Cuando Oscar se empeñaba en perder el tiempo podía llegar a hacerlo bastante bien. Podía llegar a pasar horas y horas ensimismado mirando a ninguna parte con la cara oblicua ajeno a la nimiedad de todo aquello que lo rodeaba. Aun a riesgo de que el resto de los chicos que estaban en la calle se rieran de él y lo tacharan de rarito y loco, ni se preocupaba de las burlas y no cesaba en su pasatiempo. Eso sí, de vez en cuando, si veía la intención de algún gracioso que intentaba tirarle alguna piedra o alcanzarle con un palo, tornaba la mirada y la dirigía contra aquel que lo acechaba advirtiéndole, con cara de desequilibrado, que ni se le ocurriera hacer ninguna tontería. La verdad que para ser tan sólo un niño, acojonaba. ¡A saber en qué estaría pensando! A mí, lo que realmente me importaba, era que en ese rato en que buscaba alguna musaraña colgando en las cornisas de los tejados, ni me incordiaba ni me daba por saco.
–Vamos anda. Levántate de ahí y acompáñame. Quiero enseñarte algo.
La verdad es que no se por qué fui a buscarlo. Pero lo hice.
De camino tuve tiempo para arrepentirme.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Llueven cristales bajo los árboles de heladas ramas.
El calor del mediodía los desprende de su imperturbable forma componiendo melodías de leyenda y mito.
Lo efímero de sus vidas me recuerda que hace cuarenta días que sé existes y me deshielo de pensarlo.
El sol ha vuelto a ponerse en mi ventana. En el primero. La del medio.
Pronto volverán los chicos a la plaza.

martes, 2 de febrero de 2010

La mercería de los sueños. # 3


Parecía hacer más frío del que hacía y junto a los bancos de la calle peatonal en la que vivía, las palomas que le habían despertado se arremolinaban entorno al anciano que algunos días les traía migajas de pan duro. Correteaban los chavales haciendo ganas de comer mientras sus madres los miraban con las bolsas de la compra a cuestas y la conversación ligera con vecinas y porteras. Regresaba de un paseo más placentero que largo con el periódico del día bajo el brazo y una especie de medio sonrisa en la comisura de la boca como queriendo aprender que quien supera las desavenencias de la vida, no es ni más fuerte, ni más piedra, sino un poco más feliz.
Entró al bar que frecuentaba y con un vino sobre la barra hizo tiempo a que el menú estuviera listo en la cocina. Reactivar el apetito no era un mal comienzo aunque los guisos caseros entorno a un cuadrilla de obreros no iba a ser lo mismo que cuando regresaba a casa, y desde el rellano, barruntaba el buen olor que salía de los fogones, donde descansaron durante años las cerillas, desde que apagará aquella última colilla después de un “te lo prometo” en el alfeizar de la ventana, donde ahora se posaban las palomas antes de bajar a comer las migajas de pan seco que un anciano les tenía preparadas.